Texto de Fernando Beltrán sobre «Demolición del Arco Iris»

Mi buen amigo Fernando Beltrán, que dejó de señalar a las cosas y les ha puesto nombre (Amena, Faunia, La casa encendida, muxxic, opencor, etc,etc) me envía el texto que leyó en la presentación de «Demolición del Arco Iris» en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ha sido agradable y estimulante estos últimos días escuchar de gentes como Labordeta o Luis Farnox, El mecánico del Swing, que mi último libro es «el mejor que he escrito». Y fue también estupendo firmar un montón de «Teoría del color» en la Feria de Madrid  y agotar la edición de «Insomnio de Ramalah» en la de Zaragoza gracias a viejos y nuevos amigos que pasaron por las casetas. Lo bueno que tiene la Feria y vivir en la Corte es que Rosa  Montero se para a hablar con tu perro y contigo porque ella tiene una teckel igual que la tuya, que Carlos Berzosa -rector de la Universidad Complutense- te pregunta cómo van las cosas, que Aute y yo nos mandamos mensajitos a través de los lectores que van de una a otra caseta para quedar a tomar una caña después, que te salen editores y proposiciones honestas y des. 

Sobre el disco que saldrá para otoño sólo puedo decir que mezclamos la semana pasada en Zaragoza «El atasco» y «Yo qué sé o Serpiente cascabel» pero nos faltan «Dos bicicletas»,»Rachel Corrie» y algunos cambios y ajustes en «El pozo de San Lázaro», «La ciudad» y «Tierra roja» que difieren de la edición de aguaCero.  Ahí va el texto de Fernando:  

«Querido Petisme: Llevo más de treinta y cinco años en este oficio de hacer y deshacer, sentir y resentir, moler y demoler versos, y pensaba por ello que me sería ya muy difícil intervenir en un acto poético que aportara novedad alguna a mi ya hecho o maltrecho curriculum, pero la verdad es que hoy has roto de nuevo mis esquemas, y además a lo grande -a lo aragonés, me imagino-, porque se me ocurren por de pronto y a bote pronto tres, nada menos que tres situaciones inéditas para mí hasta esta noche.

La primera es que jamás me sometí al juicio final de los oyentes rodeado de dos ángeles -Guinda y Petisme-, y vive dios que no sé siquiera para empezar cómo debe acomodarse un simple mortal entre dos «mensajeros de los dioses», algo que por de pronto, reconocerán conmigo, más que ponerte, te impone… ; la segunda es que jamás me convocaron a un cierre de campaña electoral, y encima con el «másdifíciltodavía» cometido de tener que pedirles a ustedes el voto, nada más y nada menos que para un poeta.., pero de eso hablaremos luego ; porque la tercera, y no quiero olvidarme de ella, es que los aragoneses se opondrán con todas sus fuerzas al trasvase del Ebro, pero no se oponen sin embargo a la transfusión de sangre, lo cual es mucho más grave,  pues desde hace unas horas me siento aragonés hasta la médula, y créanme que tan enternecedor contagio no es que sea inédito, es que es inaudito y absolutamente contra natura para un asturiano que se precie, pues como sabéis tenemos a gala la más genuina limpieza de sangre patria desde que Covadonga nos legó aquello de que Asturias es España y el resto tierra conquistada. Aragón incluida. Y que no se ofenda nadie con tan épica y expansionista declaración de intenciones, porque si vengo esta noche aquí es para practicar todo menos lo políticamente correcto, y mucho menos aún para asumir lo que podríamos llamar sin miedo -sin miedo, pero con sonrojo- lo «poéticamente correcto».

Y de esto si quiero hablaros, queridos amigos y amigas de Ángel.  Porque, aunque os parezca mentira, increíble incluso a los ojos y latidos que nos siguen al otro lado de la lectura y aún piensan que el poeta es un ser que acaricia o aúlla palabras a su libre albedrío, sin amo ni atadura alguna, náufrago o superviviente tan sólo en función de la personal e intransferible deriva donde ponga su verbo, su fiebre, su vértigo o su belleza, nada más lejos de la realidad. Porque los poetas lanzaremos demonios en público, y haremos incluso altiva demostración de nuestra incorruptible capacidad para caminar por los márgenes y las cunetas del mundo oficial, pero la verdad es que con frecuencia -con más frecuencia de la debida-, acabamos doblando la pesada cerviz de nuestros diccionarios con el único fin de atenuar, esconder, evitar o domar el grito que nos sale de dentro. Ese aullido en agraz que tantos poetas disecan finalmente en una retahíla de versos impecables, perfectos, rigurosamente académicos, que acaban sin embargo convirtiendo muchos libros en un anacrónico museo de naturalezas muertas, premiadas, eso sí, y recogidas en todos los concursos y suplementos. Un compendio, en definitiva, de precisas y preciosas aguas estancadas donde desemboca lo que había sido en origen un fresco, carnal y fieramente humano borbotón de sangre poética dispuesta sin más a contaminar a todos aquellos que siguen llegando a esa casa prestada llamada poema buscando compañía, mano, armario y tejado, por supuesto, pero también conmoción, fuego, herida, clavo, intemperie y aguacero. Esa casa prestada de la que, en todo caso nunca debíamos o debiéramos salir ilesos….

Por eso uno disfruta tanto cuando cae en sus manos un poeta incorrecto, indócil, desobediente, capaz además de admitir, en pleno fragor de la batalla, que el silencio es frío y afilado como un beso…   y algo aún mucho más hermoso e inesperado cuando llega desde una voz que saca pecho y grita y queja y ladra y come y se reconcome por dentro y sin embargo tiene la humildad de confesarnos de pronto que el miedo es el núcleo de los átomos y habita en lo más profundo de nuestras pupilas.

En fin, amigos. Un poeta política, poética e incluso sanitariamente incorrecto, pues sus versos caminan con absoluta impunidad por las grandes superficies de la tierra sin llevar entre sus ingredientes conservante alguno. Un poeta o producto poético, por tanto, absolutamente insano y tan fuera de la ley que hasta parece a veces que todo lo que escribe nace ya con una fecha de caducidad anterior incluso a su propia escritura, pues leyéndole no tardamos mucho en sentir los primeros síntomas del vómito que acompaña cada uno de sus poemas. Vómito de bilis, de óxido, de dolor, de hecatombe, de atentado contra las torres gemelas y de voces al otro lado que claman desde el desierto, como clama una piedra en el riñón o una pedrada en el hígado de los despachos o el pedrisco de los desheredados de la tierra cayendo sobre los capós blindados de los que de una u otra forma nos gobiernan; esos que sólo saben mirar de frente a las cámaras, nunca a los ojos. Nunca a esa intemperie a la que Petisme miró siempre de frente, desvalido, pero de frente, como miran esos ahogados a los que las olas heladas de la noche acaban devolviendo a las playas con los ojos muy abiertos.

Poesía, en definitiva, de todos y con todos los escalofríos del mundo. Y nunca por bondad, por solidaridad, ni por conciencia siquiera, no os equivoquéis. Ojalá fuera así, sufriríamos menos. Simple y llanamente por contagio, por estas cataratas en las uñas del vientre que te hacen vociferar, vocalizar, versificar a chorros cuando ves lo que, sin duda, preferirías no ver, pero ya lo has visto.

Vómito de pena, de rabia, de herida sobredosis, pero vómito también de vida, de celebración, de piel y de ternura. Y que nadie se eche las manos a la cabeza al escuchar la palabra ternura… Es la que he pronunciado y la que viene de aquel latín en donde nombraba todo aquello que era fácil de partirse, de agitarse, o sea, de conmoverse, de no permanecer nunca impasible, o al margen… Ternura hasta en la demolición, por tanto…, y demolición de qué, nos preguntarnos.., el autor nos dice que del arco iris, y nosotros le creemos y nos dejamos incluso columpiar amablemente en los siete  colores prometidos hasta asistir de pronto verso a verso a la lenta, exhaustiva e inclemente demolición del Ángel. A la sagrada y bendita demolición de Ángel, nuestro amigo, este ángel que ahora se ha sacado una nueva metáfora de la manga para hablarnos de todo y de todos mientras intenta convencernos que habla de Nueva York o de los Monegros, como si la una no acabara en este desierto, o este desierto tan nuestro no hubiera acabado finalmente formando parte de la misma ruleta entre neones que tanto criticábamos. Maldita Sea…

Y esa es precisamente la diferencia entre el resto de los políticos y este candidato para al que ahora os pido el voto. Por muchos motivos, pero sobre todo por tres incontestables razones:

Porque Ángel Petisme no promete nada. Cree sólo en las dudas, y más aún en deshacerlas y volver a rehacerlas de la única manera posible: manchándose otra vez los dedos en los seres y en los enseres del mundo, llámense calles, camas, grifos, paraguas o miradas. Porque llámese error o llámese errar el verbo que nos guíe, poesía es desdecirse, y ángel lo sabe.  

Les pido el voto también porque Ángel Petisme, afortunadamente, no dice la verdad ni pretende que la diga el otro. Porque sabe que la única obligación de un poeta no es decir la verdad, sino anunciar lo verosímil. Lo que aún es posible. Lo que aún soñamos. No lo cierto, por tanto, sino la certidumbre de que sólo hay un camino, lo que se ama, para abrigar el cierzo. O la vida.  Llámenlo como quieran.

Y les pido por fin el voto para este poeta, ante todo y por encima de todo, porque Ángel Petisme no me merece ninguna confianza. Y hablo más en serio que nunca, amigos, porque me gustan los poetas que me sorprenden, me arañan, me claman al cielo, me llevan los demonios, me contradicen,  me incomodan, me sangran.  Los poetas, en definitiva, que en cada verso trazan una curva inesperada.

Y terminaré ya -aunque sólo sea por devolverme el orgullo y dejarnos al menos a la par en esta tribuna a asturianos y aragoneses-, sumando a estos dos ángeles que quiero como a hermanos a otro ángel mayor que regresó a su reino celestial hace unos días, Ángel González. Un poeta que tampoco creía en dios, pero sí en la oración, como todos los poetas, y precisamente en una de ellas perteneciente a un poemario que tituló Áspero Mundo -pero podía haber titulado perfectamente «Demolición del ángel»-, escribió aquellos memorables dos versos que aconsejaban: «Mover el corazón todos los días / casi cien veces por minuto».

Poesía desgarrada, poesía impura, poesía demasiado humana para poder soportarla. Muchas Gracias.»

Fernando Beltrán

Publicado por Angel Petisme

Contratación Ángel Petisme: info@tranviaverde.com +34 610 89 90 43

5 comentarios sobre “Texto de Fernando Beltrán sobre «Demolición del Arco Iris»

  1. Un texto fantástico y lleno de humor y amistad el de Fernando Beltrán. Yo creo que deberíais nombrarlo aragonés de facto después de lo dicho, ¿no?. Un beso

  2. Preciosas palabras las que te dedica Fernando Beltrán. Eres mi candidato ideal aunque me da que tú nunca te presentarás a nada. Besos

  3. Qué bien te radiografía mi paisano Fernando Beltrán. Y como se agradecen los poetas como tú «que en cada verso trazan una curva inesperada». Abrazos maestro y chamán Petisme.

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