Un trébol de cuatro hojas, pisar una mierda,
una quiniela por la chepa, un billete de tranvía de mi infancia.
Gritábamos: ¡Capicúa, capicúa!
El año lleva gafas, dos ojos vacíos en el centro y dos varillas.
No son las rayban del chico martini,
más bien unos quevedos para leer, pensar, pensarse por uno mismo
y repetir las menos gilipolleces. Dos sandeces diarias
con una carcajada de aquí a Tora Bora
son buenas para evitar la isquemia cerebral.
El juego consiste en rellenar esas cuencas vacías
con la mejor de las miradas, el fulgor de los días de fiesta,
retinas sin rutina, pupilas de nueve voltios
y pestañas quemadas de vivir y gozar.
Se trata de alejarse al máximo de un hotel de Turín:
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
¿Qué hacer pues con 78.840.000 millones de segundos,
236.520.000 millones de latidos?
Divididos entre 166´386: 1.429.819 eurolatidos.
Veranee en Euroshima. El eurotismo da más satisfacciones que la pornografía.
Déjese llevar por la euforia o la n-eurosis…
¿Qué narices hacer? ¿Mejorar mi inglés o mejorar mis ingles?
¿Cultura o culturismo?
¿Renovar mi carne-t de identidad
o seguir achicando la vida en las pateras?
Y Paulo Coelho, con voz de caipiriña, me responde:
Sé fiel a tus sueños, sé fiel a tus sueños.